miércoles, 2 de octubre de 2013

No hay nadie en el espejo

Se que algo esta sucediendo, un cambio, pero estoy demasiado cerca del cuadro para verlo con claridad.
Necesito tiempo, pero, tiempo ¿para qué?
A lo mejor, algún día ocurre que dos mundos paralelos se cruzan, una única ruptura en la realidad permitirá divisar un atisbo de ellos.  Y miraré a otra yo en su vida, ella estará en el baño, peinándose, igual que yo, solo que al otro lado del cristal, con la cicatriz en la otra mano. Estará pensando en sus cosas como yo en las mías. A lo mejor también tiene un secreto. No será el mismo, pero ha cambiado nuestras vidas.
Pienso que la capacidad humana de sentir emociones es bastante limitada. Se puede sentir un poco de alegría, un poco más, mucha alegría, euforia, felicidad, felicidad absoluta, pero la expansión no es infinita, y quizás me gustaría que lo fuese, pero en un momento dado es imposible ser más feliz, se contrae el pecho y notas una especie de angustia por que la felicidad no aumentará más. No se puede ser más feliz.
Lo mismo ocurre en el otro lado, no ser puede ser más y más desgraciado o triste de forma infinita. En un momento acaba. Da miedo pensar en ese momento límite. En el que dentro no cabe más tristeza, desesperación, se corta la respiración y se pierde el sentido de la realidad. Se toman decisiones precipitadas, se hacen locuras, locuras que hay que afrontar una vez pasado el límite. 
Me gustaría investigar la posibilidad de expansión de estos límites, porque aunque el límite negro no sea atractivo a nivel comercial sí lo es el límite de felicidad. Por una parte todo lo que se desea es alcanzar ese límite superior y una vez expandido costará más alcanzarlo, pero por otra las personas que viven su vida cerca de ese límite sentirán la capacidad de ir más allá y obtendrán una nueva motivación en sus vidas.
Se supone que si te dan una alegría o una mala noticia demasiado amplia para tu capacidad emocional puede darte un infarto. La ampliación emocional respondería en cierta forma a este problema. Queda saber si existen límites también para la magnitud de las alegrías o las malas noticias.

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