miércoles, 4 de julio de 2018

Effy


 Mira a tu alrededor. No hay nadie. Estas sola. ¿Recuerdas a Freddy? Donde estará Cook..  ¿Recuerdas aquel lugar lleno de gente extraña? Te sacamos de allí. Aguja en brazo... ¿Por qué no hablas? ¿Nadie te ha preguntado la razón? Debe haber un motivo... ¿Recuerdas su sonrisa? Esa de "no me conoces, y nunca me vas a conocer". Cierra los ojos y siente el mundo pasar, el vacío a tu alrededor, respira el humo, sécate los ojos, no te favorece el rímel corrido. Cuando se derrumba el mundo solo puedes derrumbarte junto a él...

 Cuando perdiste la razón, te estuvieron buscando, recorrían tu ciudad palmo a palmo, todos los hospitales, todos los lugares posibles, llenaban de mensajes todas tus redes y jamás apareciste. Ahora vienes sin más. Te entregas. Estas diferente. Más calma. Tus ojos vacíos. Sentada frente a mí pero no estás aquí. Sólo necesitabas estar sola. Sólo necesitabas estar lejos de mi. Te escribía para explicar lo que ocurrió, pero cuando te fuiste ya sabías todo. Así que esta carta es de despedida. Recuerdo aquella casa en la que te encontré casi sin vida. Recuerdo cada club en el que te busqué. Recuerdo cada calada que compartimos antes de que tu mente me sacara de tus recuerdos. Ya no me reconoces. Me miras con curiosidad y no sabes quién soy. Me mata no poder contartelo. Descansa, Effy Stonem.

                        - Extrañas cartas en mi buzón.

martes, 17 de abril de 2018

Sonatina...



La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos marrones!
Está presa en sus oros, está presa en su trono,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la princesa está pálida, la princesa está triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!
—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
Rubén Darío